jueves, 9 de julio de 2009

El mar de piedra pómez

En la Puna catamarqueña, a más de 3000 metros de altura, se revela la belleza de una tierra tan fascinante como desconocida. Lagunas con flamencos, vicuñas y volcanes rodean el oasis de El Peñón, punto de partida de esta aventura.

Por Graciela Cutuli / Página/12

Es temprano, muy temprano por la mañana: Hualfin recién se está despertando, con calma catamarqueña, cuando dejamos el hotel Cacique Juan Chelemín rumbo al pueblito de El Peñón. Nuestro destino es la Puna, ese mundo remoto y misterioso donde el tiempo parece suspendido y el paisaje se diría modelado por las manos invisibles de un artista de dimensiones celestiales. Para llegar hasta aquí el trayecto es largo: partimos desde San Fernando del Valle de Catamarca, recorrimos la Quebrada de la Sébila bajo el ojo atento de los cardones, los campos de olivos de Aimogasta –la ruta misma nos lleva a entrar en el norte de La Rioja– y luego tomamos la Ruta 40, a lo largo de 90 kilómetros, hasta llegar a Londres, muy cerca de Belén. Un último tramo de 60 kilómetros nos dejó en Hualfin, donde pasamos la noche organizando este día que comienza auspicioso, con el sol brillante bien alto en un cielo claro y los vehículos 4x4 –los únicos preparados para el terreno que vamos a atravesar, equipados con GPS y teléfonos satelitales– listos para salir. Nuestro guía es Fabrizio Ghilardi, un italiano de Milán que hace algunos años se enamoró de la Puna y hoy organiza viajes por la región, impulsado por la voluntad de abrir turísticamente y en forma responsable un mundo aún en gran parte inaccesible. Gracias a que hace algo más de un año fue asfaltado el camino entre Belén y El Peñón –un trayecto que antes era dificultoso y lento–, bastarán ahora dos horas y media para recorrer este tramo, una ayuda importante en una región de rutas largas y parajes remotos.

Salimos de Hualfin por un camino sinuoso y árido. A nuestra izquierda queda el Bajo de la Alumbrera, rico en oro y cobre, y a la derecha un cordón de cerros que datan del Terciario y encierran numerosos pucarás, testimonio de los pueblos originarios del Noroeste. Como dibujado geométricamente, de un lado del camino se abre un oasis verde de viñedos, mientras del otro dominan las formaciones arcillosas declinadas en todos los tonos del ocre al rojizo, entrecortadas por líneas blancas de ceniza o cal. Hace millones de años, este relieve era una planicie húmeda, que del lado chileno estaba cubierta por el mar: por eso no es raro encontrar restos fósiles de tortugas, peces y mamíferos marinos. Pero todo aquello parece ser sólo fruto de un sueño ante esta ruta que serpentea entre los cerros, algunos cubiertos por capas de arena que a la distancia se confunden con nieve, y casitas de pobladores que viven de sus viñas y sus cabras.

LAGUNA BLANCA Los vehículos del grupo avanzan por la Quebrada de Indalecio –es la RP 34, de ripio–, divisando los primeros cardones, pequeñas casas de adobe y, de vez en cuando, algún burro que espera paciente en medio de la ruta que las camionetas se las ingenien para pasar a un costado. Cuenta Fabrizio que, entre las muchas teorías que intentan explicar los distintos grados de desarrollo de las civilizaciones del Noroeste, algunas creen que la carencia de animales de carga (los indígenas sólo contaban con llamas, que pueden llevar unos 35 kilos, mucho menos que un burro) limitó el transporte de materiales y las posibilidades constructoras de los pueblos aborígenes. Hoy, en cambio, los burros son frecuentes aliados de los pobladores, que pasan siempre saludando tímida pero cortésmente los vehículos de los viajeros en la región.

Mientras tanto, pasamos la Cuesta de Randolfo, distintiva por una enorme duna de arena blanca, tan inesperada como bella, que se encuentra insólitamente a la vuelta de una curva. Estamos a 145 kilómetros de Antofagasta de la Sierra, la “capital” de la Puna catamarqueña: un poco más adelante ingresamos en la Reserva de Laguna Blanca, uno de los sitios Ramsar que protegen los humedales del planeta. A lo lejos, vigila la Puna la cara sur del Volcán Galán, un gigante que supera los 5900 metros de altura, coronado por un cráter de 42 kilómetros, el más grande del mundo. Aquí y allá las vicuñas nos siguen atentamente, encabezadas por los machos de la manada. Ellas, que viven por encima de los 3000 metros, junto a la ausencia definitiva de los cardones que nos acompañaron en el primer tramo y que sólo se encuentran hasta esa altura, indican tan claramente como el altímetro que estamos a unos 3400 metros sobre el nivel del mar. También lo sentimos en la respiración, aunque nos vamos aclimatando de a poco, evitando los movimientos bruscos y absorbiendo la energía que brota del paisaje.

Poco desconfiadas, porque están en una reserva, las vicuñas nos miran acercarse y parecen posar para las fotos, hasta que un solo paso de más las lleva a escapar ágilmente, saltando hasta que sus siluetas se confunden con el color de los cerros. A lo lejos, las aves de la Laguna Blanca –flamencos, patos y guares– se recortan contra el horizonte. Quedarán siempre a la distancia, ya que la humedad del suelo, cubierto de un salitre denso que antiguamente se usaba para hacer jabón y como ingrediente de la mazamorra, impide acercarse. Es este salitre abundante el que, a lo lejos, tiñe de blanco el valle y las aguas de la laguna, distinguiéndola del entorno ocre de la Puna.

Laguna Blanca es conocida en particular por una fiesta anual que los pobladores realizan en noviembre, la Chaka, un encierro no violento de vicuñas que les permite así conseguir el preciado pelo del animal. Vale recordar que la vicuña está protegida: las prendas confeccionadas con su pelo alcanzan precios astronómicos, y no se pueden comprar si no está certificado el origen del animal. Algunas prendas se pueden conseguir en la cooperativa de los pobladores de Laguna Blanca, donde se encuentran ponchos y mantas de vicuña y llama, además de guantes, medias y “peleras”, mantas tejidas usadas generalmente bajo la montura del caballo, pero también como alfombras en las casas. El último alto en Laguna Blanca es para compartir un rato con los pobladores del pequeñísimo caserío situado junto al espejo de agua: mientras escuchamos con curiosidad el precio de una llama –que puede oscilar según edad y tamaño entre 300 y 600 pesos–, probamos el pan casero hecho a la parrilla, elaborado con harina de trigo y grasa de llama, acompañándolo con un té de rica rica, una hierba típica de la Puna, como la muña muña y la pupusa, que se usa precisamente para combatir el “soroche” o mal de la altura.

DUNAS EN EL ALTIPLANO Casi al mediodía, las camionetas de Fabrizio Ghilardi hacen un alto en la Hostería municipal La Pómez, en El Peñón, donde tenemos previsto alojarnos por la noche. Un almuerzo a base de quinoa nos permite recuperar las energías y emprender la expedición hacia el lugar más asombroso y espectacular de la Puna catamarqueña, en las primeras horas de la tarde. Aún es una incógnita: los primeros kilómetros en las afueras del pueblo, un pequeño oasis formado por un puñado de casitas de adobe cercadas de álamos y pequeños corrales, no permiten adivinar lo que nos espera. La primera vista la tenemos después de pasar una vega de pastoreo común y la Loma del Panteón, donde se encuentra el minúsculo cementerio local y, más abajo, una cancha de fútbol (¿qué puede importar la altura de la Puna cuando se trata de la pasión nacional?); bien a lo lejos, una extensa mancha blanca se pierde en el horizonte. Y hacia allá vamos.

Pasada la vega, el paisaje se hace más seco: predomina la paja brava o ichu, el principal alimento de la vicuña, que forma en la lejanía extensos campos amarillos. Pasada una curva, nos detenemos un momento sobre un espléndido mirador junto a una pacheta, uno de los muchos lugares espontáneos de culto que se encuentran en la Puna: simplemente un cúmulo de piedras, donde cada uno que pasa se para un momento para agregar la suya, en un silencioso homenaje a la Pacha Mama. Seguimos camino, y seguimos subiendo: queda al costado un salar muerto, ahogado por la falta de lluvias que le impidió regenerarse, y el suelo se vuelve pura arena, basalto y cuarzo. Hasta aquí llegamos gracias a una huella abierta por Fabrizio, venciendo gracias a la doble tracción las dificultades del desierto. Es la soledad total: a pesar de la altura, unos 3300 metros, el sol quema, y al bajar de los vehículos el suelo se hunde bajo cada pisada, dejando una huella que nos hace sentir a cada paso que herimos la tierra. Frente a nuestros ojos atónitos, inmensas dunas se levantan sobre el desierto, solitarias y blancas, como en un Sahara insólitamente trasladado al Altiplano catamarqueño. Cada huella de nuestros pies parece la primera: es que el viento pronto barrerá las señales de nuestro paso, como borró las anteriores, fundiendo nuevamente el paisaje en el sinfín de ondulaciones arenosas que forma las laderas de las dunas.

MUNDO MINERAL Nuevamente a bordo, seguimos una huella trazada sobre el suelo frágil, navegamos como planeando sobre un auténtico mar de arena y finalmente “entramos en otro mundo”. Son las palabras de Fabrizio, y parece que se le enciende la mirada detrás los cristales oscuros con que protege sus ojos claros del sol intenso de la Puna. Súbitamente, el paisaje ha cambiado alrededor nuestro: todo lo que abarca nuestra vista es un campo infinito de piedra pómez, una luna en la tierra donde bloques de piedra altos como edificios se suceden hasta perderse en el horizonte. Contra el cielo azul cobalto se dibuja un país de sombras alargadas, donde nos parece caminar hacia el fin del mundo conocido. Hay algo desconcertante, sobrecogedor, en esto que Fabrizio llama “una ciudad de almas” y que se asemeja también a una ciudad de fantasmas, de espectros de color talco, el color de la piedra pómez que alguna vez arrojaron los volcanes de la región desde kilómetros de distancia. En esta inmensidad, los rayos del sol van bajando sobre las formaciones como si jugaran a las escondidas sobre un mar de piedra inmóvil: es que el capricho natural quiso formar ondulaciones naturales por donde caminamos, subiendo y bajando, como si fuéramos rozando olas petrificadas. Donde el suelo es de arena, nuestras huellas quedan marcadas y causan la misma extrañeza que las pisadas del hombre sobre la superficie lunar. En este mundo mineral surcado por finas rajaduras casi geométricas, causadas por la brutal amplitud térmica, sólo hay silencio y casi se podrían oír girar las esferas celestes...

Finalmente, el sol cae, como bajando el telón sobre una visión fugaz de este otro mundo. Con los últimos rayos se impone el frío de la altura, y los colores negro-rojizos de los cerros circundantes se desdibujan hasta fundirse en un solo cordón grisáceo. Ponemos entonces rumbo a El Peñón: es la hora del regreso, el momento crepuscular en que baja la energía, mientras en nuestros sentidos la realidad y la irrealidad del Campo de Piedra Pómez se entremezclan en una sola y flotante sensación de recuerdo, sueño y ensueño.

El guia que se enamoro de la Puna

“Yo estoy totalmente enamorado de esta tierra, que es única en el mundo, no solamente en la Argentina. No hay una tierra, un desierto o un lugar tan ancho, tan bello, con tantos animales, con tanta naturaleza, con gente fantástica, como la Puna argentina, y en particular la región de Antofagasta”, asegura Fabrizio Ghilardi. “La Puna catamarqueña tiene una particularidad: son los volcanes más altos del planeta, que están en la provincia de Catamarca, la zona con mayor densidad de volcanes del mundo. Son unos 250 sólo en torno de El Peñón y Antofagasta. Una de las excursiones principales aquí, y en toda la Argentina, es la que va al Campo de Piedra Pómez, un depósito gigante formado hace millones de años por la erupción de un volcán, con un ancho visible de 25 por 40 kilómetros. Está ubicado a 3200 metros de altura, y tenemos la oportunidad de caminar sobre él, no sólo de acercarnos en 4x4. Un extranjero que va a visitar la Patagonia va a ver el Perito Moreno; aquí, el Perito Moreno es el Campo de Piedra Pómez.”

DATOS UTILES

Se puede llegar a San Fernando del Valle de Catamarca en avión desde Buenos Aires (a partir de $ 780 ida y vuelta). Desde allí se sube a la Puna pasando por Londres, Belén, Hualfin, El Peñón y la cercana Antofagasta de la Sierra.

En Hualfin se puede pasar la noche en el Hotel Cacique Juan Chelemín, que pertenece a la familia Yampa, dueña de una mina de rodocrosita en la región de Capillitas. Tel.: 03835423263/4 - E-mail: rodotur@arnet.com.ar

En El Peñón, la Hostería La Pómez está construida en su totalidad con materiales biotérmicos, con paredes de adobe y piedra, y techo de caña, capaces de atenuar el impacto de las bajas temperaturas. Informes al tel.: 1552548762 - E-mail: jouliquin@hotmail.com - quipu_24@hotmail.com

La altura mínima de estos circuitos son los 3000 metros, y se asciende hasta más de 4000, por lo que resulta imprescindible manejarse en vehículos apropiados (se puede llegar hasta El Peñón en vehículos comunes, pero luego es preciso contratar excursiones y guías experimentados con camionetas 4x4).

Para combatir el mal de la altura y la sequedad extrema del clima es preciso tomar mucha agua, no hacer esfuerzos excesivos y tomar algún té de hierbas de la zona, como la pupusa, que ayudan a aclimatarse mejor.

El ecosistema de la Puna, tanto en Laguna Blanca como en las dunas y el Campo de Piedra Pómez, es extremadamente vulnerable. Si bien Laguna Blanca es una reserva, el resto de los lugares no cuenta con este estatuto oficial de protección, y hace falta la máxima precaución para evitar erosionar un terreno extremadamente frágil.

Para las excursiones por la región es imprescindible llevar ropa de abrigo y zapatos de trekking, además de protector solar, gorros y guantes. Lo ideal es abrigarse al estilo “capas de cebolla”, para adecuar la vestimenta al sol intenso del día o el frío nocturno.

Socompa Expediciones, de Fabrizio Ghilardi, organiza excursiones partiendo de su sede en El Peñón. Tel.: 0387-4169130. E-mail: info@socompa.com. En Internet: www.socompa.com

Suiza: el pueblo de Heidi

El pequeño pueblo de Heididorf revive la historia de Heidi, la niña más famosa de ese lado de los Alpes

MAIENFELD.- Las tardes de verano en este pueblo son soleadas y silenciosas; apenas algunos cencerros y un puñado de pájaros audaces interrumpen la calma que reina sobre la montaña. Los techos de las prolijas casas alpinas toman un rojo más intenso bajo el sol.

Pero este cuadro parece haber sido pintado para nadie. En las calles florecidas no se cruza ni una sola persona caminando. Apenas un par de clientes se toman una cerveza en el bar situado en el discretísimo centro, a metros de la iglesia y la Municipalidad. En la estación, mientras tanto, los trenes llegan con una puntualidad que prueba como bien merecido el renombre de la relojería suiza. Los pasajeros de estos trenes, que aún llevan en sus oídos el eco del retorrománico -Maienfeld está en el límite de la región donde se habla la cuarta lengua suiza-, parecen esfumarse tan pronto como bajan de los vagones, y cuando se pasa por el túnel que cruza las vías para llegar hasta el Swiss Heidi Hotel nuevamente no se ve a nadie en las calles. Una obra en construcción es el único lugar con movimiento, y hasta las vacas que rumian somnolientas en un prado al borde de la calle parecen haber sido puestas a propósito para darle marco a las primeras imágenes de el mundo de Heidi . Pero de pronto, el primer cartel aparece. Y en el hotel, directamente, la imagen de la niña suiza más famosa del mundo se inserta en los cuartos y hasta la mampara de la ducha.

Un mundo de novela

Johanna Spyri, autora de la novela, conocía bien la región que rodea al pueblo y el vecino centro termal de Bad Ragaz. Sin duda todo cambió mucho desde la segunda mitad del siglo XIX: el pueblo creció en tamaño y la autopista que lleva hasta el vecino Principado de Liechtenstein (Vaduz está a unas pocas decenas de kilómetros) no existía.

Pero las vacas en los campos, los viñedos en el valle, las fachadas adornadas de las casas y los senderos que llevan hacia las montañas son los mismos. El paso del tiempo no dejó demasiadas huellas en este rincón de los Alpes, que mantuvo el mismo carácter salvaje y la misma pureza de hace un siglo.

El paso de Spyri por aquí fue una bendición para el pueblo, y la principal razón de que este punto remoto de Suiza se convirtiera en un polo turístico. Arriba del pueblo, un caserío fue expresamente conservado tal como era en torno de 1880... y es hoy el pueblo de Heidi. Como todo lugar turístico de Europa que se precie de tal, los primeros visitantes con los que uno se cruza son japoneses. Y al encontrárselos, siempre entusiastas y con sus cámaras de fotos a cuestas, no se puede sino recordar el famoso personaje animé de las aventuras de Heidi que en los años 80 dio la vuelta al mundo desde Japón y popularizó al personaje en los pocos lugares donde aún no era conocido.

Heididorf, el pueblo de Heidi, es tan pequeño como grande es su fama en Suiza y entre los admiradores de la novela y sus continuaciones. En verdad es apenas un puñado de casas. Además de la necesaria boutique -no se viene hasta aquí sin llevarse un recuerdo- está la casa-museo y algunas más que la rodean; una de ellas habitada por granjeros que conviven en medio de los turistas. ¿Será por provocación o por una especie de confraternidad entre personajes suizos y norteamericanos? Lo cierto es que, delante de esta casa, el granjero colocó todos y cada uno de los siete enanitos tal como aparecen en la Blancanieves de Walt Disney. Es la única nota fuera de lugar en esta reconstrucción perfecta de un anacrónico caserío alpino.

Entre las viviendas se colocaron esculturas, rústicamente talladas en troncos de madera, que representan vacas, cabras o gallos. La casa-museo, en tanto, recrea el modo de vida de Heidi y su abuelo en la novela, la misma de los campesinos en tiempos de Johanna Spyri.

Heidi y Peter comparten silenciosamente una charla de muñecos de cera en una de las habitaciones, mientras el abuelo descansa de un trabajo de carpintería en otra. Una vez dada la vuelta al pueblo, la visita sigue en la montaña, donde un Camino de Aventuras lleva a 12 estaciones que representan 12 momentos emblemáticos del relato. Es un sendero para caminantes acostumbrados a la montaña: además hacen falta varias horas para recorrerlo en su totalidad y bajar luego nuevamente hacia el Heididorf. Hay un desnivel de casi 500 metros entre el poblado de Heidi, que está a 660 metros, y el punto más alto de este recorrido. Entre uno y otro se pasa de los bosques a las praderas de altura donde Heidi y Peter cuidaban sus cabras en verano. Eso no es todo: los amantes de la historia y sus personajes pueden sacarse fotos delante de los múltiples carteles que hacen referencia a la novela en Maienfeld (hasta un bar se llama Heidi und Peter) y se puede peregrinar a la fuente de Heidi, a media hora caminando desde el centro del pueblo.

En el camino es probable que no se vean tampoco lugareños, pero sí nuevamente algunos turistas y por supuesto vacas con sus cencerros, que son las más fervientes defensoras de la atmósfera de cuento que reina aquí. Sólo falta que una niña baje de la montaña cantando el jodel Holadio Heidi, deine Welt sind die Berge ? Todo el resto está, tal como si realmente hubiera existido y no fuera sólo el fruto casi tangible de la imaginación de Spyri.

Por Pierre Dumas

Para LA NACION

DATOS ÚTILES

Dónde alojarse: en Maienfeld, en el Swiss Heidi Hotel. Además de ser el único hotel en la ciudad ofrece una hermosa vista desde las habitaciones. informes, www.swissheidihotel.ch

Qué ver: Heididorf está abierto de mediados de marzo a mediados de noviembre. La entrada cuesta 7 francos suizos para los adultos y 3 para los menores.

Heidi das Musical es la comedia musical sobre Heidi que se realiza cada dos años (la próxima será en 2010) en Wallenstadt, ciudad vecina a orillas del lago de Wallen. Más datos en www.heidimusical.ch

Qué leer: Heidi fue escrita en dos partes, que ahora se conocen como una única novela. Tiempo después de la obra original, Charles Tritten, que había traducido la novela al inglés, escribió dos continuaciones: Heidi y Peter y Los hijos de Heidi, que también tienen versiones en castellano.

Para llevarse: desde el Heididorf, las muñecas que personifican a Heidi no son muy lindas, y es curioso en un país donde los recuerdos son generalmente muy bien hechos. Pero hay otros souvenirs como juguetes y animales de madera, remeras, lápices. Desde la sala del museo se puede mandar postales y cartas con un matasellos especial del Heididorf.

Curiosidades: el nombre de Heidi, que parece tan suizo, no existía antes de la novela. Fue creado por la autora, como una contracción de Adelaida.

Existe otro museo dedicado a Johanna Spyri y su personaje en Hirzel, pueblo natal de la novelista, en las afueras de Zurich. Informes, www.hirzel.ch

En Internet: www.misuiza.com y www.heidiland.com . Sobre el pueblo de Heidi, en www.heididorf.ch

Neuquén: se vino la nieve

La fiesta de apertura de la temporada que se iba a realizar los días 10 y 11 de julio en Villa Pehuenia se postergó hasta nuevo aviso por una cuestión de “responsabilidad social” ante la Gripe A. Sin embargo, el parque de nieve Batea Mahuida está abierto al público, con un buen nivel de nieve. Por su parte Cerro Wayle, el parque de nieve del norte de la provincia, abrió la temporada y sumó un pisanieve que permitirá mejorar la calidad de las pistas. Propone precios accesibles (pase diario para turistas de $48) y un ambiente de recreación familiar. Este año, como en temporadas anteriores, existirán paquetes promocionales de acceso a quienes los deseen: cursos intensivos para residentes, cursos de capacitación docente, descuentos a esquiadores por grupos familiares que se inicien en la práctica de esta actividad deportiva. Más datos en www.wayle.com.

Enoturismo en Neuquén

La Subsecretaria de Turismo del Neuquén, Alicia Lonac, participó del desayuno de trabajo entre bodegas que abren al Turismo en Patagonia. Este desayuno se desarrolló en la Bodega Agrestis de la localidad rionegrina de General Roca.

Asistieron responsables de turismo de diversas bodegas de San Juan, Mendoza, Río Negro y Neuquén, además de operadores turísticos de la región invitados especialmente a este evento que pretende potenciar la Ruta del Vino, Manzanas y Dinosaurios e intercambiar información y experiencias en torno al Proyecto de Fortalecimiento del Enoturismo en la Argentina.

La reunión consistió en un encuentro de trabajo técnico donde se pudieron conocer, establecer planes acción en conjunto y analizar problemáticas, reuniendo a todos aquellos que componen los Caminos del Vino de Argentina.

Ciudad Sagrada de Caral

La ciudad sagrada de Caral, enclavada en el valle de Supe a 184 kilómetros al norte de Lima, fue declarada por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad.

La decisión del Comité de Patrimonio Mundial, compuesto por representantes de 21 países, se ha basado en el informe técnico del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS) y reconoce que la Ciudad Sagrada de Caral es la representante más destacada, por su antigüedad, de la civilización peruana y del continente americano (3000 a 1800 a.C.).

Esta ciudad es uno de los 18 asentamientos urbanos que existen en la región y se encuentra en una meseta desierta y árida que domina el valle verdeante del río Supe. Tiene una extensión aproximada de 65 hectáreas y está conformada por una serie de conjuntos arquitectónicos como la Pirámide Mayor, la Pirámide del Anfiteatro y el Sector Residencial de la élite. Su diseño urbano y complejidad arquitectónica evidencian la organización política estatal de esta sociedad.

Caral es considerado uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de finales del siglo XX. Ruth Shady, jefa del Proyecto Especial Arqueológico Caral-Supe (PEACS) y cabeza de las investigaciones en el complejo desde hace 15 años, asegura que este reconocimiento de la Unesco, basado en el informe técnico del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos), afianza la posición de Perú como uno de los 10 destinos históricos más importantes del mundo.

Esquel, de temporada en La Hoya

El Centro de Actividades de Montaña La Hoya tuvo el sábado 4 de julio su inauguración de la temporada de invierno 2009.

El domingo 5 hubo una importante nevada y está pronosticada la continuidad del fenómeno climático para el resto de la semana. La nieve es de tipo “polvo pisada” en la totalidad de la superficie del cerro La Hoya, con 30 centímetros de nieve acumulada en la base. Recordemos que está en plena vigencia la temporada del producto Nieve-Ballenas, con nuevas conexiones de Aerolíneas Argentinas, San Pablo-Trelew y Buenos Aires-Trelew-Esquel, “reprogramadas para septiembre u octubre para garantizar una mejor conectividad y acciones de negocios”. El secretario de Turismo de Puerto Madryn, Gabriel Percaz, señaló que “apuntamos a potenciarnos mutuamente: invitar a los turistas que lleguen a la costa chubutense a conocer también la Cordillera y, desde Esquel, proponerles también un avistaje de ballenas y un paseo por el valle del Río Chubut”.